El sabor de la leche materna varía en función de los alimentos que tome la madre. Los científicos estiman que es a partir de los cuatro meses cuando los bebés son capaces de apreciar el sabor salado o los sabores distintos del dulce típico de la leche materna. Por ello, la alimentación de la madre durante toda la lactancia puede marcar y condicionar el consumo de los alimentos sólidos de su bebé.
La primera evidencia experimental que apoya la hipótesis de que la exposición temprana de los bebés a una variedad de sabores facilita la aceptación posterior de nuevos alimentos viene de la mano de investigadores del Monell Chemical Senses Center en Philadelphia, Estados Unidos. El estudio, publicado en el 'American Journal of Clinical Nutrition', comprobó que a los bebés que durante un periodo concreto (10 días) se les alimentó con una variedad de vegetales (zanahoria, calabaza, guisantes, judías verdes, patata), repetidos en varias ocasiones, con el tiempo ingirieron sin dificultad más variedad de alimentos. Por el contrario, los bebés alimentados en ese periodo exclusivamente con patatas, con solo una ocasión de exposición a las zanahorias en el primer día de prueba, no mostraron un aumento en la aceptación de las zanahorias.
Además, otra diferencia sustancial fue que los bebés alimentados con leche materna aceptaron mejor los nuevos sabores e incrementaron más el consumo de los nuevos alimentos, en comparación con los lactantes alimentados con fórmula. Del análisis se desprenden varias claves que pueden ayudar a comprender mejor el comportamiento de los bebés hacia los nuevos alimentos tras el destete:
- Cuanto más variadas sean las verduras que incluya el puré y más tipos de frutas pruebe el bebé en sus primeras experiencias con alimentos sólidos (aunque la introducción sea paulatina y de una en una), mayor será la probabilidad de que acepte una amplia variedad de sabores. La experiencia inicial con diversidad de gustos puede llevar a una mayor disposición a aceptar sabores desconocidos.
- Es fundamental ofrecer el alimento en repetidas ocasiones, ya que, al parecer, es necesario un número mínimo de exposiciones (hasta 10 veces) para una mejor aceptación de los alimentos.
- La primera prueba de los distintos alimentos debe hacerse de manera aislada, al menos, en las primeras experiencias, de modo que el puré de verduras de los primeros días sea solo de zanahoria, luego de puerro, calabaza... Con el tiempo, se propondrán mezclas de verduras. Esto permite, por una parte, discernir qué alimento concreto provoca al niño una reacción y, por otra, le permite empezar a discriminar y distinguir los diferentes sabores y aromas de las distintas hortalizas. Algo similar se debe hacer con las frutas.
- La lactancia materna facilita la aceptación de nuevos alimentos y nuevos sabores, que se refleja tanto en los cambios en el consumo como en la respuesta conductual. En palabras de Adelina García Roldán, consultora en Lactancia Materna, "el sabor de la leche materna cambia según los alimentos que ingiere la madre, y gracias a esto el bebé desarrolla el sentido del gusto". El mundo sensorial de los bebés alimentados con leche materna es muy rico, variado y diferente al de los bebés alimentados con fórmula, con sabores estándar y más constante.
Estos conocimientos se pueden extrapolar a las texturas, de forma que pueda ser interesante exponer a los niños, desde muy pequeños, a texturas diferentes (puré fino, más espeso, con grumos, con pequeños tropiezos de verduras o frutas mal batidas...) para facilitarles la aceptación, sin que muestren tanta reticencia a comer alimentos que no estén bien pasados por la batidora, algo relativamente frecuente con las verduras, que a menudo los niños solo quieren comer en puré.
Incluso se ha constatado que los pequeños expuestos a una alimentación más diversificada en los primeros años de vida son menos propensos a desarrollar problemas alimentarios en edades críticas -entre los 2 y los 7 años-, a tener neofobia o aversión a probar nuevos alimentos.