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martes, 8 de febrero de 2011

Bienvenida a casa, Daniela

La lactancia siguió su curso... Llegamos a casa con Daniela tras tres día en la clínica. Parecía un ángel, durmiendo, en silencio, en su nueva cunita. No me cansaba de mirarla y oir su respiración, tranquila, sosegada. Y cada tres horitas, un llanto, muy leve, que anunciaba la hora de la toma. 

Daniela nació con poco peso, y se adelantó tres semanas a la hora prevista de su nacimiento. Pesó exactamente 2,600 kg. Siguiendo los consejos de la comadrona, cada tres horitas poníamos el avisador y me ponía  a Daniela al pecho. La mayoría de las veces era ella la que se despertaba, y con un suave gemido me llamaba. Pero las veces que no lo hacía, la cogía entre mis brazos y la ponía a mamar. Siempre estaba dispuesta. Fue cogiendo peso progresivamente y no tuvimos que preocuparnos por nada. 

Hay quien aconseja dar el pecho sólo a demanda, o sólo cada cierto tiempo estipulado. Yo soy partidaria de darle a demanda, siempre que ella quiera, pero además, al ser tan pequeñita, asegurarse de que comiera cada tres horitas más o menos. 

Quienes dicen que sólo hay que darles el pecho cuando lo piden no se dan cuenta de que al pasar el tiempo, el bebé puede estar ya tan débil que no tenga fuerzas para pedir el pecho de su mamá. 
La técnica funcionó y Daniela empezó a crecer y a hacerse más grande y fuerte, para alegría de sus papás. 

Las noches era lo más duro, pero con ayuda mi marido logré acostumbrarme al hecho de despertarme cada tres horitas. Llegado el momento, mi marido se levantaba, cogía  a Daniela de la cunita y me la ponía al pecho en la camita, así que la mayoría de las veces ni siquiera tenía que levantarme. Daniela se quedaba cogidita al pecho, y a veces lo soltaba, dormía un ratito, y volvía a mamar de nuevo. Una compenetración absoluta entre madre e hija que creo que perdurará para siempre...


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